Hacia ningún lugar


Hoy le dije a mi padre que iría a visitar a Cora. Haber hablado con él fue una dura decisión de mi parte. Y lo hice después de varios días de enemistad y silencio. Sabía que se iba a ofuscar, porque le desagrada mi costumbre de visitar el cementerio. Pero es una necesidad que tengo, la de llevar algunas flores a la tumba de mi madre, y poco me importa lo que él diga al respecto de aquí en más. 
Horas antes del mediodía, trataba de amortiguar un nuevo sermón de su parte. Yo no hacía otra cosa que tragar saliva amarga y derramar algunas lágrimas cuando escuchaba, otra vez, sus palabras de desaliento. El rostro de mi padre parecía desdibujarse de rabia. 
La idea de abandonar mi casa, para siempre, se vigoriza día tras día.
–“No quiero que vayas al cementerio. Te prohíbo que vuelvas a ese lugar, hijo. No hay nada allí para nosotros” –dijo mi padre con voz imperativa. 
No me atreví, en ese momento, a dejar en claro de que estaba en desacuerdo con sus palabras y sus actos. Siempre he criticado a mi padre y tengo razones suficientes para pensar en abandonar mi casa. No deseo que él me vuelva a encerrar en mi habitación. Suele regresar a casa alcoholizado, y yo no podría evitar una nueva paliza. Pero no me importaría si me azotara a cambio de permitirme visitar el cementerio. Es una oferta que debería hacerle. A él le emociona descargar golpes sobre mí. Pero serían solo algunos azotes de cuero duro y, a cambio, me permitiría visitar a mi madre, al menos tres veces al mes.
Amé a Cora en cuerpo y alma. Mi padre no se equivoca cuando me dice que la tumba de su esposa es sólo carne descompuesta y polvo de huesos. Es verdad, pero yo creo que su alma aún continúa amarrada a su escondrijo putrefacto. 
Es evidente que mi lengua tiene que hacer silencio. Debo callar, porque mis ojos vieron demasiado aquella noche. Ya no tengo fuerzas para escupir mis pensamientos delante de mi desquiciado padre. Aunque me hubiese gustado decirle que nuestra casa, sin mi madre, no huele mejor que el cementerio. 
Sé que Cora no ha sido un ejemplo de vida. Ella, tal vez, desde su Paraíso, no desea que mi padre la recuerde. Pienso que Cora no se merece el olvido, ya que alguna vez fueron felices y tenían muchos recuerdos bonitos. Sin embargo, ella sigue siendo para mi padre una maldita herida supurando. Estoy seguro de que jamás podrá olvidarse de su "querida" esposa después de lo que hizo. Y, si yo tuviese el valor, o una sola oportunidad de mandarlo al infierno, lo haría sin dudas. 
Mañana será mi cumpleaños número once. Otro año más sin mi madre y otro mes sin mi amado Frodo, mi perro. Días pasados, por fin logré tener un poco de paz en mi corazón y pude perdonar al señor Solmi por haber atropellado con su camioneta a mi única mascota. Yo tuve la culpa de que muriera, porque olvidé amarrar a Frodo mientras visitaba a Clara, mi vecina, que vive a pocos pasos de mi casa. Ella es mi novia. El amor que siento por esa niña me abstrae de la realidad. Clara cumplía ocho años el día que mi perro moría aplastado. Lamento que Frodo haya pagado a causa de aquel: “mi día bobo”. Ahora sé que tengo que ser más cuidadoso para poder lograr conseguir esas migajas de paz que necesito. ¡Por Dios!, ¡he tenido demasiados tormentos en mi corta vida!

El cementerio no es un lugar tan desagradable para mí. Todo lo que aún más quiero está aquí, pues simbólicamente, los restos de Frodo están cerca de mi madre. Mi padre me dijo que arrojó a mi perro a un basurero. No pude hallar su cuerpo muerto para despedirme y darle un entierro con todos los honores. Pero debería, de aquí en más, evitar opinar sobre esos hechos desagradable delante de mi padre. El cementerio es un buen lugar para liberar esos pesares. Y sé que Cora me escucha.
–Hoy te he traído algunas rosas, mamá. Te prometo que no voy a llorar esta vez. Sé que todavía piensas que aún no te he perdonado por haberte visto besar al papá de Clara. Pero solo tú y yo, sabíamos que papá tenía una relación amorosa con la mamá de Clara… ¡vaya situación!, ¿verdad? Tú estabas enamorada del papá de Clara y su mamá de mi padre, y Clara y yo, completamente perdidos de amor. ¡Por Dios, querida mamá! Es demasiado para mí. No deseo convertirme en adulto a los once años.
Mañana, tú sabes, será mi fiesta en solitario, no habrá torta de cumpleaños para mí y no estarás en casa para besarme y entregarme algún obsequio. Papá piensa que yo ignoro esa relación amorosa que continúa teniendo con la mamá de Clara, pero no me importa lo que haga él con su vida. He estado en el porche de la casa de mi vecina antes de llegar hasta aquí, pero no me atreví a golpear la puerta para saludarla. Iba a entregarle una carta, pero creí conveniente que tú oyeras primero las palabras que escribí para ella en este papel:
–“Querida, Clara. Sabes bien que mañana cumpliré once años, y que nuestro amor es inmenso. No puedo permanecer en mi casa ni un segundo más. He decidido marcharme. Sé que querrás ir tras mis pasos cuando leas estas estas palabras, pero no debes hacerlo…estaré bien… volveré por ti algún día…”
Eso es todo, mamá. No sé qué opinas de mi carta. No soy tan bueno con las palabras. Sé que piensas que debo contar lo que he visto, pero… ¿dónde iría luego? Nadie me creería si les dijera a todos que papá te asesinó a golpes, y que luego te puso en una bolsa, para después encubrir el asesinato, haciéndoles creer a todos, él y sus cómplices “servidores de la ley”, de que se trató de un accidente doméstico.
Está comenzando a llover, mamá. Debo marcharme. Papá se inquietará otra vez y no deseo que vuelva a encerrarme. No me esperes mañana, mamá. Perdóname por haberme ausentado tres días en estos dos años sin ti. Hasta siempre, mamá. No te preocupes por mí. Estaré bien. Mañana me iré del pueblo. Agradezco nuevamente a Dios por haberte llevado al cielo. Si no hubiese sido así, papá te hubiera matado otra vez, y yo no lo hubiese podido evitar. 
Adiós, mamá…mañana temprano partiré hacia ningún lugar.



Comentarios

Entradas populares de este blog

La calle oblonga

Cuarto de muñecas

Alfeñique