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Mostrando entradas de marzo, 2020

La calle azul

LA CALLE AZUL Bastián descansaba en su fino sillón de madera tallada. Pareció no inquietarse ante la apertura repentina de uno de los tres grandes ventanales de la inmensa sala central de aquella vieja mansión colonial. El frío viento de otoño se apoderaba del entorno y envolvía, con su manto helado, la tristeza derramada sobre el pequeño pueblo.  El anciano, de espesa barba, despegó su enorme talla de su cómodo aposento. Las frágiles maderas del viejo sillón exudaban temor a romperse. Bastián se dirigió hacia ese pórtico abierto por la fuerza del viento y logró cerrarlo. Al hacerlo, apoyó su prominente nariz en el frío cristal. Sus grandes ojos azulados observaban el solitario entorno de San Gregorio, llamado así, en memoria de un hombre viejo que murió esperando los fondos para la construcción de una capilla que nunca llegaron.  Una fina e inesperada llovizna comenzó a caer. El anciano pensaba que sería poco probable, si la lluvia se hacía más intensa, poder realizar su t

Alfeñique

Cuanto más se eleva un hombre, más pequeño les parece a los que no saben volar. Friedrich Nietzsche ALFEÑIQUE Era un día ventoso y lluvioso cuando el joven, Richard Henz, se despidió del mundo y de sus seres queridos. El joven Henz se había instalado en una antigua y confortable casona de Manuel Ocampo, un pueblo pequeño y rural del norte bonaerense, situado a pocos kilómetros de Pergamino, una de las principales ciudades de la Provincia de Buenos Aires. Richard era un joven entusiasta, un enamorado de la vida. Alfeñique (como le decían sus amigos y su padre) había planeado hacer muchas cosas, aunque él sabía muy bien que cien años no serían suficientes para cumplir con todas sus ambiciones. Antes de mudarse a la casona, el cumpleaños número veinticinco de Richard había sido muy singular, una íntima reunión, más el desahogo de haber podido mitigar cierta aversión hacia algunos de sus familiares.   El día lucía triste y agresivo cuando Richard desapareció de la f

Hacia ningún lugar

Hoy le dije a mi padre que iría a visitar a Cora. Haber hablado con él fue una dura decisión de mi parte. Y lo hice después de varios días de enemistad y silencio. Sabía que se iba a ofuscar, porque le desagrada mi costumbre de visitar el cementerio. Pero es una necesidad que tengo, la de llevar algunas flores a la tumba de mi madre, y poco me importa lo que él diga al respecto de aquí en más.  Horas antes del mediodía, trataba de amortiguar un nuevo sermón de su parte. Yo no hacía otra cosa que tragar saliva amarga y derramar algunas lágrimas cuando escuchaba, otra vez, sus palabras de desaliento. El rostro de mi padre parecía desdibujarse de rabia.  La idea de abandonar mi casa, para siempre, se vigoriza día tras día. –“No quiero que vayas al cementerio. Te prohíbo que vuelvas a ese lugar, hijo. No hay nada allí para nosotros” –dijo mi padre con voz imperativa.  No me atreví, en ese momento, a dejar en claro de que estaba en desacuerdo con sus palabras y sus actos. Siempre

Espejismo

Es una mañana de verano lluvioso, tan lluvioso que me desanima. Camino lento por la playa. El oleaje es intenso y empapo mis pies con el agua fría y espumosa del mar helado. Acostumbro a venir aquí, a estos lugares inhóspitos, cuando termina la temporada de verano, porque la soledad y el silencio me permiten disfrutar a pleno de mi desayuno mientras pisoteo la arena. Hoy, pareciera ser un día normal y sin complicaciones, sin embargo, por lo que observo en estos momentos en las aguas del mar, creo que deberé postergar mi deseo de hallar un poco de paz para mi personalidad inestable. Hay alguien en peligro. Estoy seguro de que, tal vez, sea una niña la que se enreda en el salvaje oleaje de la pleamar… sí, es una niña pelirroja… …Ella se está ahogando. Nunca había vivido una situación tan apremiante. Mis piernas están tiesas, titubeantes. Miro a mi alrededor y no hay nadie más en la playa para que me ayude. La desesperante situación evita que maldiga a los padres de la niña por tan