La calle azul
LA CALLE AZUL Bastián descansaba en su fino sillón de madera tallada. Pareció no inquietarse ante la apertura repentina de uno de los tres grandes ventanales de la inmensa sala central de aquella vieja mansión colonial. El frío viento de otoño se apoderaba del entorno y envolvía, con su manto helado, la tristeza derramada sobre el pequeño pueblo. El anciano, de espesa barba, despegó su enorme talla de su cómodo aposento. Las frágiles maderas del viejo sillón exudaban temor a romperse. Bastián se dirigió hacia ese pórtico abierto por la fuerza del viento y logró cerrarlo. Al hacerlo, apoyó su prominente nariz en el frío cristal. Sus grandes ojos azulados observaban el solitario entorno de San Gregorio, llamado así, en memoria de un hombre viejo que murió esperando los fondos para la construcción de una capilla que nunca llegaron. Una fina e inesperada llovizna comenzó a caer. El anciano pensaba que sería poco probable, si la lluvia se hacía más intensa, poder realizar su t